La
familia china saluda al lector con una poética. Transparente
en su intención aunque no en su elección estética, este primer poema es la
antesala de un libro intensamente metaliterario. El eje de la poética es una
metáfora, el abanico, en la cual se ensartan como cuentas de rosario toda una
serie imágenes paralelas: el árbol, el mapa geográfico, el cuadro de
miniaturas, la escena de pesca, el piano. De aquí en adelante, María del Carmen
Colombo se instalará en el modus operandi de la estética neobarroca, utilizando
la palabra como espacio de una superposición infinita de realidades, como
metáfora de metáforas. Caminaremos por las páginas de La familia, siguiendo las
pistas que nos permiten vincular esta nueva estética americana con la
estilización orientalista del libro.
Erika
Martínez Cabrera
§
LA FAMILIA CHINA (1999)
Como un árbol, este abanico tiene un solo pie, pero de varillas, y un país de papel que se despliega, lento, con dos manos.
Florece en cada
varilla una escena, muy fija y finita, pintada con pelo de pincel. Entre
una escena y otra la distancia es inmensa, porque tarda en llegar la
próxima varilla.
Cuando la
escena por venir parece que no viene, los ojos humean de ansiedad, nublando el
cristal con que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean pescar cada una
de las miniaturas, que huidizas se escurren entre el papel de agua.
El pinchazo de
un ojo podría ser fatal para un teclado tan liviano. Por suerte, entre el
comienzo y el final de este despliegue sólo transcurre media hora. Tiempo
suficiente durante el cual un semicírculo puede alcanzar su personalidad
verdadera, y en el instante hacerse aire, como este abanico.
***
Son
chinas las tres chicas, pintadas por el fino
pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la
madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas
rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol
exótico. Le dibujan persianas cerradas para protegerla
de un sol de siesta, insoportable.
El alma china
de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos
maternales del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono,
los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados
por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava,
infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.
Recordar, abrir
el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre
ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan
el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.
***
Todas las
noches, la madre china pone su mente adentro de una copita quieta. La llena con
sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade, la copita, y parece un
párpado vaciado por la punta de una vara de bambú. Puede ser también un pájaro
mudo que se sostiene en una sola pata de gallo.
La mente
maternal imita el salto de los equilibristas, esos que tiran el alma por el
aire y cae, hecho un bollito, en las aguas secas del vacío.
A la mañana, la
mente china sale lívida del párpado, como un pez o un ánima que ha
vagado por los vericuetos del limbo.
***
***
El novio de la
china mayor, un italiano que la chica conoció en el conventillo, es un
exhibicionista. A pulso, despliega frente a ella el tapiz de sus sentimientos,
llenos de dragones y heroicos samuráis. Dice que quiere ser director de cine y
ensaya con la novia, que se disfraza de público para aplaudir las escenas más
dramáticas del tapiz. La chica, en cambio, quiere ser decoradora de interiores
y ensaya con el muchacho. Pone caricias y besos artificiales adentro de los
sentimientos del italiano. A veces su actitud enfurece a los dragones. Otras,
los valientes samuráis sacan sus espadas y le ofrecen casamiento.
***
En espacios
reducidos es propicio menguar, como la luna y las mareas: la dirección del
movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud,
orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de planchar, cuando
doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.
Los biombos se
someten al dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos.
Una escalera devora su propio caracol, peldaño por peldaño.
Algunos
pensamientos ensobran sus intimidades y se apilan, al igual que las sábanas,
en prolijos acordeones. Las mentes más realistas se ajustan tanto al pan
pan y al vino vino, que después se desparraman en otras dimensiones, como
la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con la amplitud del paraíso.
María del Carmen
Colombo (Buenos
Aires, Argentina, 1950). Poeta. Estudió Letras y Filosofía en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Integró
el grupo de poesía El Ladrillo. Ha
publicado La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992);
La muda encarnación (1993) y La familia china (1999). En 1978, fue
premiada por la Fundación Argentina de Poesía en el concurso «Mónica Garcerán»
y, más tarde, en 1981, obtuvo el premio «Benito Lynch», otorgado por la
Biblioteca Cornelio Saavedra y Union Carbide SAICS. Integra el consejo
editorial de Hilos Editora. Desde 1980 coordina talleres literarios.
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El texto de encabezado es un fragmento de la investigación «Nación
y orientalismo en la familia china de Mª del Carmen Colombo», a cargo de la
poeta española Erika Martínez Cabrera. En el siguiente enlace puede acceder al
texto íntegro a partir de la página 703:
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5057121
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5057121
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