lunes, 4 de noviembre de 2019

EL NOMBRE DEL ALBA, poemas de Juan Suárez Proaño





Cada poema es un mapa de ruta para desmantelar el silencio. Si bien es cierto, de esa hoja en blanco también surgen las creaturas de la luz, no es sino su contraparte, la oscuridad, la que se nutre de aquello que solo es visible para los ojos del poeta. Es ahí, desde esa condición, que Juan Suárez Proaño vivifica su palabra y nos muestra este libro titulado En nombre del alba. El cual viene asimismo a ser el palimpsesto de la memoria, de la infancia, los embrujos de una madre arquetípica que se revela eterna entre las cosas perecederas. Es la comunión del ser con la naturaleza y su versión más cruda; el amor y las luces caprichosas del destino. El dolor, que, así como Pessoa, Juan aparenta sentir o haber sentido, y ahora viene a exorcizar (se) con esos ritmos pluviales de su andanza cotidiana por el país real o imaginado. Porque de todo eso se vale el artista, de las experiencias propias o ajenas que por no ser de él no significan que no le hieran. Al final todos estamos heridos, de una forma u otra, y es en ese preciso instante donde el canto resuena. Definitivamente, la poesía ecuatoriana contemporánea goza de uno de sus puntos históricos más altos, y Juan Suárez Proaño, con este libro, es prueba de ello.

Juan Carlos Olivas




§

EN NOMBRE DEL ALBA (2019)


POEMA CONJETURAL PARA UN HIJO

Hijo de nadie,
llegará el día
en que harás el amor con la soledad aunque en este poema yo diga
que es imposible estar solo.
Entonces,
ya habrás aprendido a mentir
y podrás hacer del silencio
una punzada menos dolorosa.
Llegará el día en que deberás ser viento y obligarás a los amigos a blindar sus ventanas;
serás espejo,
y aprenderás sin dolor
la inclemencia de las arrugas.
Habrás saboreado en otra lengua
el veneno de la inmortalidad,
habrás aprendido a hornear con humildad el trigo del recuerdo,
una paloma te ensuciará el hombro
que alguien tocará
para ofrecerte abrigo.
Entonces, sabrás mentir
y verás la sangre de la felicidad brotar de tus venas mal alimentadas.
Será necesario que aprendas el olor a lumbre y que puedas evocarlo
para sentir el aire de tu casa.
Y que cambies, sin preguntas,
el color de las banderas, por el de la ira.
Y que palpes en tus dedos la vergüenza, y que sepas la suavidad del sexo en la punta de la boca,
y que reconozcas
sin placer ni sufrimiento
el maduro fruto que se agita en tus costillas.
Entonces, sabrás la verdad.
Y verás rostros blancos de salud
y los amarás;
y verás otros cuya sombra
te hará recordar la forma de las ruinas y sentirás que también los amas.
Verás a una mujer parir
en el frío de los azulejos,
y sentirás ternura por su sangre perdida en una sábana
blanca como las sepulturas.
Y creerás en dios,
después de tocarlo
en la mano que recaiga sobre tu fiebre.
Solo entonces,
habrás aprendido a llorar,
y compartirás la sal
como si con ella pudieras repartir justicia.
Hijo de todos. Para cuando vivas, ya habremos aprendido a mentir. Podremos no decirte
lo que ocurre.

DOS PETICIONES PARA UNA MADRE

I
No te esfuerces en limpiar estas sábanas. Es verdad que fueron blancas un día pero blanca es la enfermedad
y también lo son los dientes
que no han besado.
Las rosas también
aprendieron el placer de ensuciarse bajo el sol,
y aguantar su sed sin lamentarse por ellas mismas.
No hay que echarle la culpa a la tristeza, nada más ha venido a buscar un techo, como todos.
Tiene un hijo en su vientre
y se ha envuelto en las sábanas para parir. Hará bien en la casa un niño nuevo
que nos raye las paredes
y nos despierte temprano
con sus risas.
Es verdad que fueron blancas un día, madre, pero ahora sabemos que los pies felices andan de barro,
y que las frutas saben mejor con sus residuos de tierra,
y que saben a verdad los pechos manchados de sudor y saliva.
Son las huellas
el precio de vivir. Ámalas.

II
Madre.
Sé que estás cansada.
Pero también sé que conoces la paz y que has multiplicado el oxígeno
al frotar tu cuerpo contra su corteza.
Dale esta herramienta,
este óxido
que es la esperanza.
Que la injerte en nosotros como un limón amargo. Que le nazcan raíces en la carne.
Dile que lance nuestro corazón al río.
Que ablanden las aguas
su aspereza de roca.
Y que nos cuente otra vez la forma del mundo, el tamaño de los árboles
la amplitud de la casa.
Sé que has escuchado
el gotear de la paz.
Limpia con ella nuestro rostro, lava con su sal nuestro sonido.

FLOR
Alguien ha dejado una flor en la puerta de la casa.
Sé que a pesar de su mirar esbelto
ya no hay raíces que sostengan su belleza, ningún aire que la haga feliz con la caricia, ninguna luz
que se haga sangre en sus aromas.
La flor y yo sabemos
que pronto será poco más
que un tallo minúsculo
al que miraremos con vergüenza, al que sacaremos
sin dificultad ni rencor
del interior de la casa.
Por eso,
por compasión al menos,
debería amar el instante de esta flor, su vida todavía milagrosa,
la sospecha de un artesano trazando la forma de su cromática.
Pero en cambio, la he dejado en un rincón de la casa
que ahora todos evitan
para no verla.
Desde allí,
la flor sigue mirándome.
Se reconoce en mí.
Me llama con la voz de los cuerpos desnudos
que saben que esa noche no van a morir. Quiere jugar conmigo
a quién reíste más
de entre nosotros
arrancados los dos,
ya sin raíces.

ORACIÓN
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sílaba tuya
una mentira, un respiro
pueden bastar para sanarme.
Yo confieso
ser amigo del dolor.
Los hombres no olvidamos los días
en que se nos clava una espina,
en que nos arrancan el silencio
a dentelladas.
Lo invocamos para escribir en la memoria.
Y confieso que es mío
su andar suelto en estas páginas.
Señor, por eso y más no soy digno. Pretendí tantas veces
conocer la palabra,
hacer de ella un barco
que abriera el mar para huir del exilio. Y nunca logré más que un madero frágil y resbaladizo.
Ahora y en la hora
he dudado de tu voz,
no he visto frutos abrirse con tus versos,
el aire no ha traído tu nombre,
los inviernos llegan aunque nos los llames.

Pero aquí estamos, Señor
repitiendo:
danos tu migaja,
perdona nuestros silencios
como el silencio nos perdona a nosotros, no nos dejes tropezar en la esperanza, líbranos de los significados...”
Ya ves, señor.
Es mejor que no entres en mi casa. Pero dime en qué sombra
bajo qué huerto
sobre qué recuerdo
nos reunimos.

 §

Juan Suárez Proaño (Quito, Ecuador, 1993). Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Ha publicado los poemarios Lluvia sobre los columpios (2014), Hacen falta pájaros (2016), Nos ha crecido hierba (2018, finalista premio Nacional de Poesía paralelo cero 2018) y El nombre del Alba (Nueva York Poetry Press, 2019). Consta en la antología Seis poetas ecuatorianos (Editorial Caletita), publicada en México; y en la Antología de Poesía Española Contemporánea Y lo demás es Silencio Vol. II, publicada en Madrid, en el 2016. Sus poemas han aparecido en varias revistas literarias como Revista Hispanoamericana de Poesía, de Santiago de Chile; y la revista Hablemos Claro de Honduras; además de varias revistas digitales. Actualmente es parte del equipo de organización de este Encuentro Internacional de poetas en Ecuador «Paralelo Cero».


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